jueves, 13 de marzo de 2008

Él camina lento

Él camina lento, da pasos infinitos sin prisa, pues hoy, nada le preocupa.
Él mira cada persona que cruza su camino, él las observa, las analiza, las ama, pues hoy está dispuesto a aprender de todos los gestos, de todas las miradas que los sin rostro puedan proporcionar,
Él es conciente de que miles de sin rostro lo rodean, millones de persona, de mentes, de pensamientos y sentimientos, pero hoy y por primera vez, esto no le importa, no lo angustia, no lo ahoga.
Él camina lento, camina sin prisa, y respira profunde el vaho fétido de la ciudad sin luz, el mismo vaho que con los años se ha impregnado en su piel, logrando ser también su olor, su hedor. Él disfruta la sombra de los rascacielos, y se regocija en los espacios iluminados por los carteles de neón, hoy por primera vez no le preocupa ninguna estructura, pues hoy nada puede quedar fuera de su sitio, no, hoy nada puede caer o derrumbarse, no hoy.
Él aprecia todos los matices del gris y del negro que desprende el asfalto bajo sus pies, se entretiene con su sombra, y se admira de la gama de colores que rodea su caminar, los reflejos en los vidrios de las galerías, y continúa su camino tranquilo, lento y sin prisa.
Y es que hoy, solo hoy, se dio cuenta de que en realidad no importa que dirección tome, que medio utilice, que velocidad alcance, hoy es conciente de que sus pasos lo conducen a la nada, a la infinita oscuridad del vacío sin fin ni comienzo. Hoy se da cuenta de que realmente, mucho antes de nacer, ya estaba muerto.

sábado, 1 de marzo de 2008

El Viejo

Y así el viejo cada noche nos cobijaba con su voz de miel y lijas ya gastadas, aquella voz que tenía notas de tiempo, décadas vividas, esforzadas, trabajadas, explotadas, décadas olvidadas, por decisión o por edad, o simplemente por la falta de fuerzas para revivirlas, nos acariciaba de manera fuertemente sutil, y el aroma de la antigua casa nos envolvía con una mezcla de tabaco, canela y naftalina, el gato en el fondo, y nuevamente la voz del viejo, contando historias mil veces contadas, de valientes héroes que sufrían por el amor de sus mujeres, por amor a sus patrias, a sus creencias y princesas de antología en castillos encantados o pocilgas olvidadas y corroídas, de viajes, de familias, de exilios y fantasmas, mientras la abuela calentaba en el fogón a leña la leche que terminaría por dormirnos.
Y es que no existe otra manera en la que pueda recordar al viejo “no me gusta que me diga abuelo, ni menos tata, ¡nosotros no somos na mah que parientes pué!, somos amigos, así que nada de tatita en mi casa, o Luís o viejo”, y como en la familia Luises hay muchos (incluyéndome) quedo como viejo el viejo.
Y mas que recordar al viejo como imagen, lo recuerdo como concepto, el viejo de las mil y una historias de mi infancia, el viejo de los coscorrones y retos, el viejo que podía convertir la casa en un palacio o en una trinchera, el viejo que no terminó nunca el octavo básico y sin embargo, el mejor historiador de la tierra. Ese viejo que trabajó en lo que se pudo, por que la eñora era regodeona y los hijos tenían que estudiar, ese viejo que según mi padre lloró a mares con el nacimiento de su primer nieto (yo mismo), ese viejo fuerte por fuera e infinitamente niño por dentro.
Salir a su casa era llegar a un refugio, regaloneos, cuentos, y un momento de seriedad, entrar en su casa era entrar en uno mismo, pues cada personaje era nada mas ni nada menos que cada uno de sus nietos, tanto así nos conocía el viejo que podía abstraer nuestras vidas a los tiempos de dragones y espadas, o llevarlas a un futuro lejano de autos voladores y mujeres de piel color azul. “hijo tiene que estudiar, pa que no sea guaso y menso como uno” si el viejo me viera hoy, en mi casa, con mi esposa, con mis hijos, si mi querido viejo me viera, dedicándole unas cuantas líneas en la historia tras su muerte ya pasada, recordándolo no como inferior sino como ejemplo, si solo el viejo me viera, o mejor dicho, si solo yo pudiera verlo a él.
El viejo se fue una mañana fría, una mañana en que la luz no penetro jamás la triste habitación, el frío de la muerte próxima me envolvía mientras sostenía su mano, y él no paraba de tiritar. “tranquilo viejo, que el frío ya se te pasará” creo que por la falta de luz el viejo no notó las lágrimas que no paraban de brotar, “es que no pensé que me iría a morir tan luego pué, y además así tan feo, no me sorprendería que la vieja me dejara votao y me tenga que ir solo a encontrar con San Peiro, Luchito, mi nieto mayor, hasta aquí quedaron las historias pué, aunque si usté las escribe, no se tienen por que morir, a mí no se me ocurrió nunca escribirlas, hasta que estuve ya muy viejo, y pa que, mejor las escribe ute, y aprovecha de contarlas bien, que uno viejo y guaso, harto mal que las contó”
Y así también, yo comienzo una gran historia, la mas grata historia, que no es mía, si no del viejo, la historia de su vida, la historia de su muerte, la historia de sus hijos, nietos y bisnietos, historia larga de ser contada, historia pura del historiador.